Peligra el “Teatro del Pueblo”: un hito de la cultura en jaque por una factura de luz

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Nacido en 1930, fue la primera sala independiente del país y de América Latina. Lo fundó el escritor argentino Leónidas Barletta. Allí estrenó Roberto Artl. En su escenario trabajaron obreros luego de sus agotadoras jornadas. Hoy su historia está en jaque

La década del 30, en el mundo, podría simplificarse en una batalla: izquierdas contra derechas. La Guerra Civil Española, librada entre republicanos y nacionales, costó la muerte de casi un millón de almas y entronizó una de las dictaduras más largas de la historia moderna: el general Francisco Franco Bahamonde gobernó a España con mano dura a lo largo de 40 años.

En el resto de ambas Europas (occidental y oriental), entre 1939 y 1945, el Tercer Reich de Adolf Hitler (el nazismo) desangró a casi 80 millones de seres humanos, entre propios y enemigos. La Segunda Guerra Mundial, cerrada con el mínimo y el máximo calibre: el balazo suicida de Hitler y las bombas atómicas norteamericanas sobre Hiroshima y Nagasaki: el único y devastador argumento que determinó la rendición del Imperio de Japón.

Mientras el mundo se despedazaba, los argentinos no iban más allá de fanáticas adhesiones al Tercer Reich o a las Fuerzas Aliadas: batallas de café, como antes se habían librado en los cafés de la Avenida de Mayo, a mamporro y palazo limpio, entre franquistas y antifranquistas.

 El teatro del futuro debe ser un teatro de obreros y para obreros
Sin embargo, el huevo de la serpiente se anidaba en los corazones nativos… desde la inimaginable prédica de un exquisito poeta Leopoldo Lugones y su truculenta proclama "Ha llegado la Hora de la Espada": terrible simiente del primer golpe militar contra la democracia, encabezado por un general tan corto de estatura como de grandeza: José Félix Uriburu, cuyo apodo no dejaba dudas sobre su admiración por la Alemania que Hitler había empezado a construir en 1923: "Von Pepe".

En Buenos Aires y en el sur argentino pululaban comunistas, anarquistas (y varios "istas" de todo pelaje). Los dos grandes diarios conservadores se rasgaban las vestiduras –desde los zapatos hasta las corbatas–, espantados por ese aluvión de inmigrantes "que profanan la pureza racial del país", y no ahorraban indignantes injurias contra judíos, árabes, turcos, italianos, gallegos…

Leónidas Barletta, fundó el Teatro del Pueblo para los obreros
Leónidas Barletta, fundó el Teatro del Pueblo para los obreros


En realidad, eran migrantes desesperados huyendo de guerras y miserias (como hoy, siglo XXI…), viviendo en mazmorras llamadas "conventillos", trabajando como bueyes, ahorrando centavo sobre centavo aun a costa de hambre, y ayudando con sangre y sudor a construir un país que llegaría a situarse entre los ocho o diez más prósperos de la Tierra.

Pero en ese contexto tan amargo como injusto, brotó de pronto una figura luminosa: Leónidas Barletta (1902–1975). Escritor, periodista, dramaturgo, había leído a su colega de letras Romain Rolland (francés, 1866–1944), y sobre todo su proclama: "El teatro del futuro debe ser un teatro de obreros y para obreros".

Es decir, un teatro de ideas que a la vez fuera espejo, denuncia, cultura y alegría, basado sobre una verdad irrefutable: a mayor cultura, mejor defensa contra los abusos y las injusticias.

 Barletta fue un socialista  casi romántico, estilo Jean Jaurés, pacifista por naturaleza y convicción: una figura luminosa
Se ha dicho –sobre todo los cazadores de brujas– que Barletta era comunista: un sayo difícil de sobrellevar en aquella Argentina, y en la de muchas etapas. En eso coincidía el peronismo con los golpes militares, y viceversa.

Pero en realidad, Barletta era más un socialista que un comunista a lo Marx o, mucho peor, al feroz asesino José Stalin, el "padrecito" que acaso mató tanta gente como Hitler. Un socialista casi romántico, estilo Jean Jaurès (1859–1914, asesinado), pacifista por naturaleza y convicción. De lo contrario hubiera puesto bombas, y no fundado un teatro…

 Los obreros, terminada su jornada laboral, con las mismas alpargatas y la misma ropa, se acercaban al teatro a jugar
Esa sala mítica se llamó (se llama aún) "Teatro del Pueblo". Costó elegir un lugar. Por fin se afincó en Roque Sáenz Peña 943 (la Diagonal Norte). Un circuito "off" Corrientes y muy poco transitado de noche. Un sótano nacido en noviembre de 1930, dos meses después del golpe de Uriburu contra el presidente Hipólito Yrigoyen.

Y fue una fiesta. Obreros que, terminada su jornada de trabajo, en aquellos tiempos nunca menos de doce horas, con las mismas alpargatas, las mismas ropas y el mismo sudor, se acercaban al teatro para jugar. Según Borges, el teatro es eso: "Un ritual en el que los actores juegan a ser otros, ante un público que juega a tomarlos por esos otros".

Para ellos, carne de trabajo duro, de conventillo, de sopa magra, de hijos todavía sin futuro, aquello fue como agua fresca cayendo sobre sus cuerpos y sus mentes.
Roberto Arlt estrenó allí dos de sus grandes obras
Roberto Arlt estrenó allí dos de sus grandes obras



Y la fiesta fue mayor aquella tarde en que cayó un periodista, un escritor, un bohemio de talento arrasador: Roberto Arlt, ya famoso por sus "Aguafuertes" publicadas en los diarios "El Mundo" y "Crítica".

Enamorado del proyecto y de su gente, el hombre del pelo partido al medio y el mechón rebelde sobre la frente estrenó allí sus obras "300 millones" y "Saverio el cruel".

Historia e impulso que, mucho después, tentó al gran dramaturgo Mauricio Kartun, y a sus pares Roberto Cossa y Carlos Somigliana.
Para entonces, el reducto original, ese frente poco visible desde la calle y ese sótano difícil de imaginar, tenía dos salas capaces de albergar a 224 almas.

 No hubo actriz ni actor de renombre que faltara a un estreno. Su repertorio jamás hizo concesiones al mal gusto y la chabacanería
Desde luego, el "Teatro del Pueblo" sufrió avatares: la muerte de Barletta, "El hombre de la campana", porque así convocaba a los paseantes; largos años de cierre, y todo cuanto le sucede a un hecho cultural sin más ánimo de lucro que seguir en pie…

No hubo actriz ni actor de renombre que faltara a un estreno. Su repertorio jamás hizo concesiones al mal gusto, la chabacanería, la risotada fácil, la puteada gratuita tan en boga en estos días.

Fue un templo. La palabra "cultura", tantas veces bastardeada o confundida con espectáculos que la ofenden, fue su título nobiliario.

Pero hoy peligra. Sostenida a pulmón, y originalmente un edificio del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, pagaba 1.500 pesos de luz, y acaba de recibir la nueva factura: 7.400. Conclusión: es casi imposible pagarla, y hay intención de mudar la sala desde su cuna original a un todavía indefinido rincón en el barrio de Almagro.

Parodiando a Borges y su nostalgia por los cuchilleros y los arrabales, "una canción de gesta se ha perdido, entre los números de una deuda administrativa".

¿Es el fin, o todavía queda, entre los adalides oficiales de la cultura, alguien que respete ese heroico pasado y lo extienda hacia el futuro?
¿Alguien que no olvide a los nobles fantasmas que todavía aletean entre esas paredes?

Que así sea.

FUENTE: INFOBAE

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